Alejandro Olais Olivas |
El Sinaloa de Malova
Alejandro Oláis Olivas
Mario López Valdez, el del afamado acrónimo Malova––adelantó arbitrario 14 horas el tiempo constitucional, y el mismo 31 de diciembre pasado protestó e inició como gobernador de Sinaloa incierto régimen con gira periférica, acudiendo primero con gabinete en pleno a recibir en catedral del Rosario de Culiacán, la bendición del obispo Benjamín Jiménez––, en ambiente de júbilo y desilusión, sorprendido el grupo obsequiado con mágico resultado electoral, y escépticos ateos y pueblo en general, ante peregrino juramento de extinguir pavoroso record de 6,616 ejecutados en el sexenio del antecesor Jesús Alberto Aguilar Padilla.
Dice nuestro corresponsal Francisco de Asís Solís y Reatiga, nada más en la última semana del sangriento período, ocurrieron 32 asesinatos, la mayoría en Mazatlán y Culiacán, cerrando diciembre con 158, y computando 2010, en los 18 municipios, 2, 238 homicidios dolosos.
De incumbencia federal, no estatal, el terrorífico saldo, sostiene el tunde teclas, durante 126 días ––del 28 de abril al 31 de agosto del agonizado calendario––, columnista huésped de El Sol de Sinaloa, de Culiacán, Diario de Los Mochis, El Tiempo de Guasave, y El Sol del Pacífico, de Mazatlán, terminando el encanto del pago a deuda de lealtad (con el secretario general de gobierno, Gil Rafael Oceguera Ramos), convenenciero diálogo de Francisco Buenaventura Labastida Ochoa ––no le dio chamba estelar al junior restaurantero––, y el nuevo impuesto:
––Oye senador, ¿le puedes hablar a tu jefe Vázquez Raña (Mario, presidente de la Organización Editorial Mexicana), y pedirle que saque del Sol a un periodista?
––¿Cómo se llama?
––Alejandro Oláis.
––Ah, bueno; no solo lo saco de ahí, sino le voy a pedir que mueva sus hilos para que no publique en ningún periódico.
Cabe precisar, si a López Valdez lo ungen candidato del PRI, barre en las urnas el 4 de julio, no existiendo ––al lanzar Aguilar al socio y compadre Jesús Vizcarra––, forma alguna de ganarle al añejo sistema, desde el 17 de febrero de 1908, cuando el dictador Porfirio Díaz, dijo a James Creelman (enviado del periódico gringo Pearson’s Magazine), si se forma, yo veré un partido de oposición como una bendición; lo aconsejaré y guiaré para inaugurar un gobierno democrático, pues ésta nación está lista para la vida en libertad, pero, el 26 de junio de 2 años después, se reeligió por octava ocasión, adjudicándose 18,625 votos por míseros 196 del posterior mártir Francisco I. Madero.
Al señor López lo encasquetó a la malagueña Felipe Calderón––jefe supremo del Ejército, previo a la interna priísta, cateó la soldadesca el fraccionamiento capitalino Álamos donde vive Vizcarra, repitiendo el amedrentamiento la víspera comicial, en casa de sus ancianos padres––, mezclando a Manuel Camacho Solís en emergente postulación vía coalición de partidos, a cuya asonada el PAN entró bajo protesta, y ni Mario lo creyó; por ello, proclamado ganador, atribuyó la burla a inexistente carisma, valiéndole airado reclamo de Los Pinos (no hay ningún panista químicamente puro titular en el equipo de Malova), y todavía medroso, el preciso mandó al ministro de Gobernación, Francisco Blake, y cientos de sardos, a atestiguar la asunción.
El conglomerado vecino escribió así otro capítulo en calidad de angustiado rehén, burda la parodia de otrora políticos recios, ahora empequeñecidos––a Chuy Tomates le faltaron destos para impugnar, siquiera por ética, las sucias elecciones––, antítesis de gente de la dimensión de Roberto Cruz Díaz, quien una vez, preguntándole el director de Conasupo, Hank González, mi general, ¿no va usted a saludar al señor gobernador? (Leopoldo Sánchez Célis), de cara al aludido espetó, no, Carlos, yo no saludo gángsters.
Vale recordar, al inolvidable personaje con olor a pólvora, nacido en Guazapares, Chihuahua, el 23 de marzo de 1888, creado en el fragor revolucionario con la tribu Yaqui ––en Vícam Pueblo––, y fallecido en Los Mochis en 1990, a los 102 de edad (progenitor del sanluisino José Cruz Bedolla, y abuelo de José Bernardo Cruz Ochoa, prestigiado ortopedista radicado en Hermosillo), lo usó Plutarco Elías Calles, en sacrílego crimen, tras fallar el atentado del 13 de noviembre de 1927 contra Álvaro Obregón, donde ni los consanguíneos Humberto y Roberto Pro, de la liga cristera, tuvieron vela.
Aprehendido Miguel Agustín, el clérigo hermano de los jóvenes Pro Juárez, el 18 de noviembre, dispuso don Plutarco su inmediata ejecución, para darle una lección a esa gentuza, sugiriendo el inspector de policía del Distrito Federal, conviene dar a la sentencia alguna apariencia legal, explotando iracundo el guaymense, ¡no quiero formas, sino hechos!, e insistiendo Cruz Díaz en elemental forma, el presidente ratificó, he dado mis órdenes y a usted no le corresponde más que obedecer y volver a darme cuenta de haberlas cumplido, fusilándose al sacerdote en el meridiano del día 23.
De ribete lo difamaron dizque por dar el tiro de gracia al padre impunemente sacrificado––apasionado del tema, el reportero encontró testimonios gráficos de la inocencia de don Roberto, con quien en Mochis de los setenta cultivamos dispar amistad generacional––, y el general debió ir en 1934 a Roma, a litigar ante el papa Pío XI, virtual dispensa para vivir en paz en sociedad dogmáticamente católica, la del norte de Sinaloa de aquellos ayeres.
Entrevistado por el reportero de Excelsior Julio Scherer García, en 1961 Cruz reveló, al margen del jacobinismo de Calles, en la cresta de insensata conflagración ––posicionado don Roberto en el mando policíaco––, construyó en el patio de casa rentada en la colonia Hipódromo de la ciudad de México, una capilla a donde cada semana iba un curita y rezaban con él, mochas y mochos, empezando por mi mujer, cuya creencia en la doctrina de Cristo aceptaba, sin reprimir, menos obviar.
Ídem reflexionó ante el ícono periodístico viviente, en aquellos años se ahondaron odios que hubiera sido mejor no se produjeran entre mexicanos. Hubo violencia y más que eso, barbarie. Nosotros fusilábamos a los que caían en nuestras manos; ellos los colgaban. Con las armas en la mano todos somos iguales, los revolucionarios y los cristeros. ¿Porqué entonces tanta hipocresía de que ellos fueron los buenos, siempre los buenos, y nosotros los malos, siempre los malos?
A propósito de ancestrales confusiones e indefiniciones, hoy entre el concepto patria––evidente la tragicomedia azteca en el fango, e indignados connacionales ante extraviada perspectiva de país––, y la nación y sus sentimientos, fue refrescante la puntada de la legislatura local, inventado muro donde perpetúa en letras de latón––de oro desaparecerían ipsofacto por la rapiña diputadil––, los nombres de 5 sonorenses investidos inter-siglos presidentes de México, comenzando por el alamense Félix María Zuloaga Trillo.
Desgraciadamente adoleció el seglar ––alumbrado el 31 de marzo de 1803 en el mineral Real de los Álamos e hijo de Manuel José de Zuloaga y Mariana Trillo––, de trayectoria como pa´echar las campanas al vuelo; asaltó la máxima representatividad el 20 de diciembre de 1858, vía golpe de estado contra Ignacio Comonfort, desatando con la vergonzoza efeméredi la Guerra de Reforma.
Félix María fue mero efecto decorativo, pues destino del país se jugaba en campos de batalla, ejerciendo de facto el poder los generales Luis G. Osollo y Miguel Miramón, mientras Félix María vivía literalmente en la Catedral Metropolitana, ayudando a oficiar misas y/o rosarios ––hasta daba hostias––, decidiendo los mismos conservadores tumbarlo el 24 de enero de 1859.
Miramón lo repuso en horas en la codiciada silla, y en reciprocidad, Zuloaga dejó al general a cargo, al licenciarse el 2 de febrero, pero en mayo de 1860 ––celoso de la imagen endilgada al desempeño interino––, anunció el regreso a palacio, acudiendo Miramón en persona a detenerlo y apresarlo, amonestándolo burlón, voy a enseñarle a usted como se ganan las presidencias, más Félix María escapó, y al triunfo liberal fue declarado fuera de la ley, huyendo a Cuba, donde permaneció exiliado hasta la muerte de Benito Juárez, ocurrida el 18 de julio de 1872.
Cero entonces para enorgullecerse legó Zuloaga, virando mejor a glosar parabienes del nuevo año de Alberto Barreda Robinson, Carlos Armando Torres Lagarda, José Vicencio Mariscal, Maclovio Cueto, Azucena Montaño –– maestra de segundo de primaria en la escuela Alberto Gutiérrez, de Huatabampo 1955––, Manuel Morales Aguilar, Francisco Arvayo Arellano, Ernesto Torres Picos, Juan Antonio Cervantes (Juacer), Noé Becerra, Fernando Barragán, Oscar Héctor Paco Barrera, Vicente Lee Ruiz, Manuel Borbón Holguín, Jorge Galindo Talamantes, Ramón Cid Lucero, Salvador Torres Arias, Manuel Cohen Félix, Martín Vallejo, Benjamín Holguín Alatorre, y los sinaloenses Oceguera Ramos, José Ángel Sánchez López, Roberto Soltero Acuña, María Antonieta Rojo, José Gaxiola López, Fernando León Hijar, Cuahuthemoc Zelaya Corella, Miguel Efraín y Armida Carrillo de Ruiz López, los 3 últimos sonorenses nativos, e Ildefonso Avilés Montoya, mazatleco de corazón asentado tiempo ha en Mexicali, Baja California.
Finalmente, agradecemos al Altísimo, permitirnos arribar al 2011––en menos de 15 días estará en circulación TIEMPO, semanario político de Occidente––, aclarando, por razones de privacidad causamos baja en Facebook, suplicando enviar opiniones y/o réplicas al mail a_olais48@hotmail.com.
Dios nos bendiga a todos.
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